Enriqueta De la Cruz, - 11 Mayo 2010
La impunidad del franquismo sigue pasando factura en España, cada día
Ser el único Estado democrático que no ha roto completamente con el fascismo: la anomalía, la injusticia, la locura…, es lo que tiene. La impunidad del franquismo sigue pasando factura en España, cada día.
La última moda es escuchar a todo tipo de personas (hasta a las que tenemos por respetables y luchadoras) avisándonos en voz baja de que Jiménez Villarejo no es una compañía ni un referente “recomendable”. Se ha salido del tiesto, “esta muy radicalizado”, “ha atacado al poder judicial”, etc… Se cuchichea, se extiende eso como síntoma, intentando sumarnos a la causa de los que viven muy bien (sencillamente éste es el quid de la cuestión), como estamos, de avestruces.
Tiene una la sensación de que lo que te están diciendo a las claras, a la cara, es que lo rentable es volver a meter las opiniones propias en el cuarto oscuro, llorar a los muertos en silencio, donde no puedan ni vernos, ni oírnos, hacernos transparentes… Otra vez…
Molestan los comentarios sujetos a la libertad de expresión (que por cierto ampara la Constitución), se intenta reprimir el derecho a la información (idem de lo mismo) y comienza a señalarse como peligroso al que da un paso al frente en defensa de la democracia y los derechos humanos.
¡Pero es que ésta es la eterna canción franquista!, es la escuela de siempre, es, sencillamente, la insolencia del fascismo. Y el miedo.
Las manifestaciones masivas contra la impunidad llevadas a cabo en pasados días han calado. Los cómplices y encubridores de los delitos de lesa humanidad, del genocidio, de la corrupción que alimentó ese periodo negro en nuestra historia, saben -no son tontos-, que, incluso camuflados de demócratas, empiezan a estar en la cuerda floja.
El Estado entero tiene que coger la bandera del “no” a la impunidad, ante la insolencia del fascismo; denunciar sin confusión alguna, sin medias tintas, sin interpretaciones de ningún tipo, la impunidad. Tomar medidas.
A todos los niveles. Hay que salir del armario alcanforado de los asesinos, de los traidores, de los de la sedición y de sus cómplices. Ser y ejercer el “Yo no soy fascista”. Aclararse. Quien quiera, está a tiempo, quién no, estará dando su verdadera cara. Ha llegado la hora de optar, ciudadanos. Ya no vale la indiferencia que venció y ha durado tantos años. Ya no vale.
¡La derecha!, la derecha sobre todo, tiene un reto de envergadura ante sí; también el poder, las columnas… y hablando de columnas: la prensa, esos ilustrísimos columnistas y “contertulianos” que se han llevado las manos a la cabeza y han salido en defensa del statu quo. “¿Y qué hacemos con el Rey”? Pues es muy sencillo (lo explico en otro artículo, mañana, compañeros…).
El viernes pasado, 7 de mayo, en el homenaje en el cementerio de Fuencarral a los combatientes antifascistas, a los republicanos demócratas, legales (¡ojo!, defensores de la legalidad abortada -para los que se les llena la boca de ley y orden…), en el “aniversario de la liberación de Europa del fascismo y homenaje a la contribución de los republicanos españoles”, se oyeron palabras sensatas de la parte invitada (que no protagonista esencial como debieran ser). Me refiero a la representación del Gobierno de la nación y de las instituciones españolas. Tenía razón Rojo, presidente del Senado, al decir que estar allí era “lo que debo hacer” y no protocolo. ¡A ver si otros lo van entendiendo!
La subsecretaria de Justicia, señora Morandeira, por su parte, se confundió un poco, porque las víctimas no “fallecieron”, sino que fueron asesinadas, pero en fin…, acertó usted de pleno al afirmar que la Ley de la Memoria no está a la altura de esas víctimas.
Luego llegó lo importante, la dignidad en persona, el discurso vivo, necesario, real de un resistente: José Antonio Alonso, comandante Robert, que os ilustró allí y en el Ateneo madrileño largo y tendido. En Francia, contó, hay plazas públicas dedicadas a los guerrilleros españoles “por su sacrificio”, placas a “los muertos por la libertad” y es que “por la libertad y la honra se puede aventurar la vida”.
Los estómagos agradecidos al franquismo y el posfranquismo hijo de su sangre, a los pactos de la Transición, se debían dedicar a mirar en los documentos por ahí dispersos, como han hecho en Francia, y ver el papel jugado por los defensores de la legalidad y rendirles homenajes y rendirse ante sus honores y ejemplo, en vez de escandalizarse tanto como viejas beatas, tener tantas precauciones, tentarse tanto el bolsillo y tratar de manchar con sus miserias a los demás. Ya no vamos a callar.
El único silencio decente a estas alturas es el que hay que guardar respetuosamente para escuchar a esos resistentes supervivientes, que ceden generosamente sus testimonios y recuerdos mientras contemplan, una vez más, lo atípico, lo surrealista, lo que no pasa ya en ninguna parte de la Europa democrática de la que formamos parte, lo que los múltiples observadores internacionales que están estas semanas por España comprueban pasmados: “a la Falange aún con el brazo en alto, provocando”. Lo dijo públicamente el comandante Robert: “esto no se puede admitir! No ha ocurrido en parte alguna del mundo entero!”.
Pues sí comandante, sigue pasando. Y los demócratas hemos empezado a reaccionar ante el panorama, y ante algunos de nuestros compatriotas decididos a seguir cómplices de la indecencia.
España era decente. “Antes éste era un país decente”, decía Max Aub en su “gallina ciega”. Seámoslo ahora y pare el cuento. Seamos lo que éramos los españoles en el exilio, comandante: “constantes, decididos y amantes de la libertad”, como nos recordó. Y que usted lo vea. Se lo debemos.
Enriqueta de la Cruz, novelista, periodista